Ficción

El Templo Blanco de Tailandia

La Arquitectura Tailandesa tiene un nuevo ícono, un moderno templo que gana más adeptos cada año, por su espectacularidad y su belleza.

La Arquitectura Tailandesa tiene un nuevo ícono, un moderno templo que gana más adeptos cada año, por su espectacularidad y su belleza.

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Mientras Bárbara abría las cortinas de la habitación del Hotel, Alfredo deshacía el equipaje, no le gustaba demasiado que sus enseres estuvieran “apretados” en una maleta, ni siquiera cuando se trataba de una Bossa Nova de la marca Rimowa. Bárbara, sin embargo, no soportaba la claustrofobia, necesitaba luz, la mayor cantidad posible, y la habitación que les habían reservado sus padres no podría estar mejor equipada, para eso estamos en el Sheraton Grande Sukhumvit, pensó, un hotel cinco estrellas de la Luxury Collection.

Procuraron no mirarse, este viaje a Bangkok no había sido idea de ellos y estaban algo incómodos. Sus padres lo habían organizado para que limaran asperezas, estaban muy preocupados por la escalada de tensión, que se había ido incrementando entre los hermanos, desde las pasadas navidades. Alfredo y Bárbara nacieron el mismo día, a la misma hora, y, sólo unos minutos, separaban el momento en el que por primera vez se enfrentaron al Mundo. Su fisionomía les delataba, eran casi idénticos, pero sus personalidades no tenían puntos en común.

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Dos habían sido las condiciones impuestas por sus progenitores: deberían dormir en la misma habitación y visitar juntos un templo llamado Wat Rong Khun, en Chiang Rai. Aunque protestaron fervientemente, estaba claro que, puestas en la balanza, las condiciones eran soportables si el premio era viajar a Tailandia (nadie dice NO a ir al País de las sonrisas). Organizada la habitación, sentaron las bases de sus vacaciones en común.

1-. Fuera de la habitación no se dirigirían la palabra, salvo, obviamente, en situación de peligro.

2-. Las relaciones románticas quedarían fuera del cuarto.

3-. El lado derecho de la cama siempre sería para Alfredo.

4.- Bárbara iría primero al servicio por la mañana y segunda por la noche.

5-. Irían a visitar el templo al séptimo día, en la mitad de sus (forzosas) vacaciones.

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Cumplieron a “raja tabla” las especificaciones de su “contrato”, y disfrutaron como enanos de sus primeros días. Tailandia es un país enorme, cargado de experiencias de lo más enriquecedor: probaron las aguas de sus increíbles playas, visitaron sus antiguos templos, hicieron senderismo por sus fantásticas selvas, degustaron la inigualable comida tailandesa y, por supuesto, se sometieron a sus masajes milenarios. El sexto día llegó casi sin que se dieran cuenta.

Ya no estaban en pie de guerra, la estancia estaba empezando a hacer efecto, la eterna amabilidad de los habitantes del país les estaba cambiando, a mejor. Sus relaciones seguían siendo frías, pero ya no buscaban herir al otro con cada comentario. El viaje en avión tardó poco más de una hora en llegar a Chiang Rai, y desde allí al templo sólo tardaron treinta minutos en taxi. Por unos pocos Baht (moneda local) se quedaron frente al complejo, perplejos, casi sin creer en lo que estaban observando, se dieron la mano como acto reflejo.

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Al Wat Rong Khun lo llaman el Templo Blanco, evidentemente, sólo hace falta verlo para imaginar porqué: su plástica piel exterior le confiere una magnificencia a prueba de interpretaciones. Su creador, el artista Chalermchai Kositpipat, compró este antiguo templo que ya fue reconstruido en los años veinte del pasado siglo. La reconstrucción no se terminó por falta de presupuesto, pero el nuevo dueño invirtió todos sus ahorros en una remodelación que, aún hoy, está en marcha.

Abrió sus puertas en 1.997 y, desde esa fecha, ha ido creciendo su leyenda y las obras que se ejecutan en él. Ya es uno de los templos más visitados de Tailandia, entre sus muchas curiosidades está la de poder ver “in situ”, y si se tiene suerte, al padre de la criatura, a veces, durante las tareas de construcción que, se prevé, no terminarán hasta la mitad de este siglo, no en vano el artista ha proyectado nueve edificios.

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El templo es una mezcla casi perfecta entre pasado y presente y, tal vez, futuro de la arquitectura tradicional tailandesa. Sus edificios conservan las típicas cubiertas escalonadas, aunque, esta vez, sus estructuras están hechas con hormigón armado y no con madera o piedra. A la entrada, un estanque con peces te separa de la edificación principal o Ubosot, para cruzarlo tienes que pasar por el Puente de la Reencarnación (representa el paso de la muerte a la vida), en el que un centenar de manos sobresalen amenazadoramente, un espectáculo que petrificó a los hermanos.

Como buen creyente, Chalermchai, recalca perfectamente todos los mitológicos detalles, así, dos impresionantes colmillos plateados franquean la entrada, donde dos figuras de Kinnaree (criaturas de la mitología budista, entre pájaros y hombres) escoltaron a Alfredo y Bárbara en su peregrinaje por el puente. Desde allí, y mediante una pasarela repleta de detalles, se alcanza la Puerta del Cielo, custodiada por dos Rahus que representan la muerte.

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El Ubusot está impregnado de simbolismo, cientos de serpientes, dragones y criaturas mitológicas recorren cada espacio exterior, el blanco de sus paramentos se ve realzado por trozos de cristal, que reflectan la luz dando al edificio un misterioso halo. Dentro, un Buda de mármol preside la estancia, pero lo más increíble de todo es el mural que recorre las paredes. En él, figuras realistas de Superman, de Spiderman, del actor Keanu Reeves en su papel de Neo (Matrix), de las torres gemelas del World Trade Center, de una batalla espacial en la que incurren unos curiosos extraterrestres y muchos otros personajes contemporáneos Los hermanos se miraron, ahora sí, con la mente más allá del asombro, era lo más surrealista que habían vivido en sus veintidós años de existencia.

El tiempo pasó de un modo extraño, al final del día recordaban haber entrado en otro edificio singular, el único cuyo color no era el blanco, la Casa de Oro, en el que está la galería del artista, un museo y los baños (hay cola para entrar debido a lo espectaculares que son). Recordaban cuando se quedaron en silencio mirando como el conocido Predator surgía del césped, movían la cabeza de la figura al templo regularmente, como para recordar donde estaban. En silencio observaban y fotografiaban todo lo que podían.

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Recordaban haber hablado con alguien que les explicaba (en inglés) que las influencias occidentales convertían al templo en una especie de parque temático, sin quitarle ni un ápice de seriedad a su misión última, la de ser un lugar de culto donde meditar, limpiar los corazones y alcanzar la sabiduría. Vieron a varios monjes transportando unas cañas de bambú, estos les explicaron que en Tailandia es usual construir andamios con madera y bambú, éste último crece con una gran celeridad y posee una resistencia tal que se le llama, en algunos círculos, el “acero” de la naturaleza.

Recordaban aprender que el blanco representa la pureza de Buda, y los brillantes cristales simbolizan como el budismo refleja el amor y la bondad hacia la humanidad. Recordaban como un guía de un grupo de alemanes, amablemente, les contó que el artista recibe donaciones para continuar su obra, pero no acepta grandes cantidades de dinero para no aceptar interferencias. También les dijo que el propietario ha dejado por escrito cómo continuar y finalizar las obras cuando él ya no esté, su amor por su obra es uno de los alicientes que tiene el complejo.

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Antes de irse, se hicieron un “selfie” con el Templo Blanco a su espalda, más tarde imprimirían dos copias de la fotografía y se guardarían una cada uno, con la promesa de que, en el futuro, harían que su relación mejorase, al fin y a la postre, siempre se tendrían el uno a la otra (y viceversa). Los restantes días pasaron volando, necesitarían volver de nuevo a Tailandia, tal vez, en las próximas navidades, tuvieran otro enfrentamiento fraternal.

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