Ficción

La isla del fin del Mundo

Una isla de ensueño para los amantes de la Naturaleza nos enseña la construcción con piedra volcánica.

Una isla de ensueño para los amantes de la Naturaleza nos enseña la construcción con piedra volcánica.

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Rodolfo posó sus pies en el suelo de la isla con cierta elegancia (inherente a su personalidad), y atisbó con desencanto un nutrido grupo de periodistas que le estaban esperando, “quería que fuera un viaje tranquilo”, pensó. Obviamente, no era la primera (ni la última) vez que le sucedía, su fama se había acrecentado exponencialmente desde que publicó en una famosa revista su deseo de encontrar una isla donde construir una fantástica edificación, ahora, era casi imposible llegar a una isla sin que le estuvieran esperando hordas de profesionales de la comunicación. En ocasiones, se preguntaba cómo eran capaces de adivinar donde iba a ir, sin embargo, otras veces disfrutaba de la cálida acogida que siempre le brindaban los medios.

No obstante, no era esta ocasión la propicia para compañías, así se los hizo saber a los periodistas congregados, lo cuales, atendieron muy amablemente a los requerimientos del simpar Rodolfo, miembro de una familia milenaria como pocas. A solas ya, observó dichoso los alrededores, estaba en la isla de El Hierro, famosa por ser, durante siglos, la isla del Meridiano Cero, desde que Ptolomeo la reseñara en el siglo II hasta que se trasladó a Greenwich en el siglo XIX, de hecho, hasta el descubrimiento de América, se consideró el final del Mundo.

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La primera visita en la isla estaba claramente motivada por este hecho. Se dirigió al municipio del Pinar, en concreto, al monumento al Meridiano Cero, allí, ante el paralelepípedo de hormigón taladrado con una circunferencia de la que emerge medio orbe de metal, se arrodilló y con temblor en su voz susurró: “algún día volverás a ser referencia mundial”, emocionado, Rodolfo no pudo más que admirar de nuevo como se complementan magníficamente estos dos materiales: el hormigón y el acero, parecen haber nacido para fundirse el uno en el otro, actuando uno como elemento de protección y oposición a las fuerzas de contracción y el otro como esqueleto de unión y reacción a las fuerzas de tracción.

Se acercó entonces al Faro de Orchilla, a escasos metros del monumento, este faro se sitúa en la ubicación de la línea imaginaria del famoso Meridiano y es un edificio que da forma al paisaje, rompiendo el trazo fino del horizonte con su esbelta figura. La construcción se finalizó en el año 1.930, y está realizada con piedra de Arucas, proveniente de otra isla del archipiélago (Gran Canaria), una piedra basáltica de fama mundial debido a su característica tonalidad azul. Las rocas basálticas son de naturaleza volcánica, es decir, provienen del enfriamiento del magma ya sea en el interior de la corteza terrestre (a escasa profundidad) o del afloramiento a la superficie (lava).

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El faro se ubica a 132 metros de altura sobre el nivel del mar, aunque el edificio mide menos, obviamente, tan sólo 25 metros tiene la torre que, con forma octogonal, se convierte en el edificio civil más importante de la isla. Está compuesto por tres construcciones principales, la casa del farero, el aljibe y la linterna. Rodolfo casi podía sentir la emoción de los operarios encargados de la construcción, primero de los canteros aruquenses que dieron forma a la piedra, después de los marineros que trasladaron los sillares (piedras labradas con forma paralelepípeda y con un volumen y peso importantes), más tarde, de los guías que llevaron las rocas en camellos hasta Orchilla y, por último, de los maestros albañiles que las ubicaron en su definitivo hogar.

La marea de emociones que surcaban la mente de nuestro protagonista estaba empezando a tener dimensiones épicas, era el momento de relajarse, y, para ello, nada mejor que un balneario, por suerte tenía uno muy cerca, en el pueblo de Sabinosa ubicado en el municipio herreño de La Frontera. El Balneario Pozo de la Salud tiene una curiosa historia, a lo largo de los siglos varias sequías forzaron a muchos herreños a viajar de un extremo a otro de la isla, buscando agua para ellos y sus animales. A principios del siglo XVIII perforaron donde hoy se encuentra el balneario, hallando un pozo de agua bastante salubre, no tardaron mucho en darse cuenta de que quién tomaba el líquido elemento tenía una salud notablemente mejor que el resto.

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Rodolfo no se hospedó en una de sus 18 habitaciones, no tenía tiempo que perder, pero si disfrutó de un relajante baño en la piscina. Amablemente le enseñaron el complejo y pudo ver con sus ojos las famosas aguas mineromedicinales y curativas del pozo, le explicaron que están especialmente recomendadas en tratamientos dermatológicos, reumáticos y de estrés. El Hotel ofrece también un control médico especializado en los diferentes frentes: masajes, vapores, lodos, parafangos, osteopatía, tratamientos hidropónicos y láser. Recuperado y reconfortado (y con una quesadilla en la mano) se despidió del personal del hotel con la promesa de que volvería para disfrutar de sus aguas, declaradas por el gobierno español de Utilidad Pública en 1.949.

Se acordó entonces de un record güines que se encuentra en este mismo municipio, el hotel más pequeño del Mundo, el Hotel Punta Grande, con la friolera de cuatro habitaciones. A principios del siglo XIX se empieza la construcción en este singular embarcadero, con la finalización de la vivienda (en 1884) se empieza el almacenamiento de productos para la exportación como vino, fruta o agua del Pozo de la Salud. No sería hasta los años 1.920 y 1.930 cuando vive su época dorada con un ajetreado tráfico de productos de la construcción (como el cemento o la teja marsellesa) y alimentarios. Pero la creación de una nueva carretera que une Frontera y Valverde relega a último plano el embarcadero, abandonando, con el tiempo, su actividad.

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Es en 1.975 cuando se solicita autorización para rehabilitar la casa con un nuevo uso: el de Hotel. Para ello cuentan con el arquitecto José Luis Jiménez Saavedra, quien fuera más tarde profesor de la Escuela de Arquitectura de Las Palmas de Gran Canaria, él utilizó materiales naturales extraídos de los alrededores (como maderas y rocas volcánicas) para recomponer el exterior y el interior del edificio. Rodolfo se enamoró de los balaustres de la escalera, diseñados por Néstor de la Torre, también le gustó el detalle de recuperar matrículas de barcos para la decoración del restaurante del Hotel.

Pensativo, paseo sus manos por el exterior de los muros de piedra volcánica, hay una mezcla de sensaciones al tocar con la yema de los dedos la superficie irregular y taladrada de una roca volcánica. Los poros recuerdan el violento nacimiento de esta piedra, el enfriamiento abrupto al que fue sometido interceptó las burbujas de aire ocluidas en su interior, dando también lugar a otro efecto natural: la posibilidad de habitar su superficie por otras especies vivas como los líquenes.

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Se hacía tarde, su estancia en la isla llegaba a su fin, pero no pensaba irse sin visitar el lugar del que tanto le habló su padre, el Mirador de la Peña en Valverde (capital de la isla), una construcción diseñada por alguien a quién Rodolfo tenía en alta estima aún sin haberlo conocido: César Manrique. El empleo magistral de la piedra y la madera marca esta edificación de dos plantas con un estilo netamente canario. Admirando las hermosas vistas a 700 metros de altitud, despidiéndose en silencio de la isla (hasta su vuelta, claro) y después de una copiosa comida en el restaurante del mirador, tuvo la sensación de que, desde luego, sería un buen lugar donde construir una magnífica edificación.

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